Bienvenidos al blog del Hombre de Cristal. El lugar donde daré rienda suelta a mi imaginación, mediante una serie de relatos, aforismos y demás. El por qué del nombre del blog lo podéis encontrar en el siguiente relato, El Hombre de Cristal.
Lo escribí hace ya tiempo, y hay cosas en él que me han dejado de gustar, pero me niego a cambiarlas. Al fin y al cabo, la idea que da nombre a esta web sigue ahí: todos somos hombres de cristal, pero dejamos de serlo en contadas ocasiones. Hombres -y mujeres- que somos parte del montón, tal vez diferentes al resto, pero parte del colectivo que forma el mundo. No soy el primero en escribir algo sobre este tema, ni seré el último. Es también el Mister Cellophane
de un tema de Chicago,
y muchos más Y, sin más dilación, comienza la historia del Hombre de Cristal.
Todo el mundo se ha sentido alguna vez, de alguna manera, como si fuera invisible, como si el resto de las personas se hubieran puesto de acuerdo para hacer como si no existieras y te empiezas a dar cuenta de que, por mucho que grites e intentes llamar la atención de los demás, no va a servir de nada, pero estás tranquilo, asegurándote a ti mismo que esta sensación pronto acabará. Pues bien, el protagonista de nuestra historia había nacido con lo que muchos considerarían un don, pero que en realidad, y él puede dar fe de ello, no es más que el más terrible de los pesares: pasaba inadvertido.
Tal vez fuera simplemente porque Fortuna le había hecho nacer así, o porque tenía una altura media, el peso y la complexión media, la típica cara, los ojos y el pelo de color castaño, porque no podía ser considerado ni repulsivo ni agraciado, pero el hecho indudable es que se sentía plenamente desgraciado.
Jamás se le había conocido pareja, amigos o mascotas que le hicieran compañía, porque nadie se había percatado jamás de su presencia. Era incapaz de recordar su pasado, porque ningún hecho significativo había acaecido en su niñez ni en su juventud como para que lo recordara, ya que lo único que el ser humano es capaz de recordar es lo que es distinto a la rutina, y el vivir en soledad te condena a una rutina sin fin.
Aún sin haberlo conocido, anhelaba el contacto humano, más que nada en el mundo. Hay quien cree que no se puede echar de menos algo que nunca se ha tenido, y es cierto, pero él tenía la certeza de que pudiendo relacionarse con otro, aunque fuese con una sola persona, nada más, experimentaría la misma sensación que solía localizar en las sonrisa de la gente que paseaba por su lado sin reparar en su existencia.
Un día, ni siquiera él mismo sabe muy bien por qué, despertó con el pensamiento de que no podía ser la única persona ignorada por el resto. A lo mejor había algún otro como él. O mejor aún, tal vez hubiera muchos como él, quizá miles, o millones, incluso podría ser que hubiera más Hombres de Cristal (como él mismo se autodenominaba) que personas visibles, sólo que eran incapaces de encontrarse debido a su maldición de pasar inadvertidos. Era posible, incluso, que los raros no fueran los Hombres de Cristal, si no los demás, si era verdad que representaban una minoría. Aquella noche durmió feliz: la simple sensación de que existiera la posibilidad de que hubiera otros muchos como él lo reconfortaba. Afortunadamente, no llegó a saber que los Hombres de Cristal eran casi tan poco numerosos como creía en un principio. La naturaleza dotó al ser humano de dos piernas, dos brazos, dos ojos y dos orejas y dos pulmones y había dividido el cerebro en dos hemisferios, y con los Hombres de Cristal no iba a ser menos. Tan sólo existía otro individuo de su especie –“individua”, más bien, si el término existiera-, una Mujer de Cristal.
A la mañana siguiente, el Hombre de Cristal se levantó y salió a la calle con el objetivo de encontrar indicios que demostraran la existencia de los de su especie. Pasó todo el día buscando en el tipo de sitios que él frecuentaba, con un pensamiento presente: <<Tal vez si nadie me ha podido ver nunca es porque nadie se ha molestado en buscarme. Por el mismo razonamiento, tal vez, si busco yo a los que son como yo tengo alguna posibilidad de encontrarlos. Tal vez>> Tal vez tuviera razón, ciertamente, pero no tuvo suerte en su búsqueda a lo largo del día. Resignado, decidió volver a su casa, pero no era tan sencillo: todo un día de búsqueda por la ciudad lo había alejado demasiado de su casa, tanto que no tenía ni la más mínima idea de cómo volver. Para un hombre normal que vive sólo éste puede parecer un problema sin demasiada importancia, pero para un hombre acostumbrado a la rutina, como lo era el Hombre de Cristal, era algo demasiado preocupante. Avanzó unas cuantas calles siguiendo un rumbo incierto, y entonces pasó. Quizá no fuera más que fruto del miedo, pero durante catorce segundos tuvo la sensación de que era visible para el resto. Todos se daban cuenta de que estaba allí. Pero no le dio importancia. Resulta que en esos mismos catorce segundos no fue el único en ser visible, sino que la misma fortuna que lo había creado a él, el Hombre de Cristal, y que había creado igualmente a la Mujer de Cristal, también había querido que coincidieran en el mismo lugar justo en los únicos catorce segundos que habían existido realmente. Ella estaba tan confusa, sorprendida y maravillada como él. No tenían ningún motivo para darse cuenta de que eran iguales, pero aún así lo sabían. El Hombre de Cristal sintió un lazo de unión entre ambos, un nexo invisible que los unía, y que durante los primeros diez segundos le impidió hacer nada más que contemplar como la Mujer de Cristal le contemplaba a él. Ahora, el Hombre de Cristal se sintió capaz de sonreír, de saltar, de gritar que había encontrado a quién de verdad buscaba. Y, mientras miraba como los ojos grises de ella se enfrascaban mirando los ojos grises de él, mientras él sentía que delante de él no había más que un rostro corriente con un cuerpo corriente, a los que amaría fuera de lo normal, ella empezó a correr en dirección contraria a donde estaba él. Tan sólo un segundo pasó antes de que él corriera detrás de ella, que trató de escabullirse entre una multitud que entorpecía su carrera <<¿Por qué corre?¿Por qué huye de mi?>> se preguntaba <<No importa, ahora que soy visible tengo toda una vida para encontrarla>>. Pero siguió corriendo detrás de donde, suponía, estaría la Mujer de Cristal. Tres segundos después, volvía a ser invisible, y ella también. La misma magia que le había permitido verla por primera vez había decidido privarles de una vida juntos. Y cómo había vuelto a ser imperceptible por los demás, fue arrollado por la masa de gente. Despertó al día siguiente en la calle, sólo y magullado, y consiguió volver a su casa.
Y volvió a ser un Hombre de Cristal, un ser de color gris, invisible para los demás sólo porque no destacaba ni por ser blanco ni por ser negro, ni por alto ni por bajo. Pasó 14 días, uno por cada segundo que la había visto, volviendo al sitio donde la había encontrado, haciendo lo mismo que había hecho, con la esperanza de volver a verla. Pero no consiguió nada. Él sabía que, tal vez, ella estuviera en el mismo lugar que él o al lado, buscándolo como él la buscaba a ella. Añorándolo como él la añoraba a ella. O tal vez no.
Durante los siguientes catorce días, a los veintiocho de haberla visto, se dedicó a sumirse en la más profunda depresión, que hacía que el Hombre de Cristal se hiciera aún más transparente.
Un mes después de haberla conocido, no pudo más. Salió corriendo de su casa y se dirigió a la azotea del edificio de enfrente, que era mucho más alto que el suyo. Sin pensarlo, se tiró al vacío para morir aplastado contra el suelo. Entonces, dejó de ser el Hombre de Cristal. La gente pudo ver su cadáver desangrándose, y todos los medios hablaron del hombre indocumentado que había perecido en la acera tras lanzarse desde una azotea, y por el que nadie había respondido.
Tal vez, decía la gente, se suicidó porque se sentía sólo.
Curiosamente, ese mismo día, a esa misma hora, una mujer sin documentación y sin familiares ni amigos conocidos, había sido encontrada muerta en la acera, al otro lado de la ciudad, posiblemente por un suicidio.
Tal vez fuera ella.
O tal vez no.