domingo, 17 de octubre de 2010

Hoja en blanco

No sé muy bien por donde empezar. Se supone que toda historia tiene que empezar por un principio, pero no tengo ni idea de cuál es ese principio. A decir verdad, dudo incluso que tenga una historia que contar. Sólo sé que tengo que hablar durante dos minutos, pero nada más. No sé acerca de que, ni en la piel de quien me tengo que meter, ni siquiera he acabado de comprender por qué hago esto. Me he puesto frente al ordenador, descartando de forma suicídica, si es que esa palabra existe, utilizar un texto que ya existe, escrito por alguien que realmente sepa escribir. No sé muy bien por qué lo he hecho, pero lo he hecho. Y frente a mi surgió de la nada un mar de ideas descartadas, ideas que no eran lo suficiente consistentes como para ser capaces de llenar de letras ese enorme lienzo de píxeles que me desafiaba a ser capaz de llenarlo con algo mínimamente creativo. De vez en cuando surgía una idea que parecía superior al resto, y se aventuraba a ser escrita, pero su esperanza de vida apenas llegaba a las dos líneas. Pensé en escribir sobre mi vida, pero fui incapaz de destacar un momento de ella sobre el resto. Al fin y al cabo, ¿quién soy yo para hacer esa elección? ¿Quién soy yo para decidir si es más importante mi primer beso o estrenar un cepillo de dientes? Luego, pensé en inventarme algo, en llevarlo a la ficción que hace que exista la literatura. Historias de amor en que él la quiere, pero ella no. O que ella le quiere, pero él no. O que en un principio no se quiere ninguno, pero al final...sí. O que se quieren los dos, pero hay algo que impide que esa pasión pueda vivir. Ya se ha escrito todo. Un policía que resulta ser un asesino. Alguien buscando venganza. Una persona que busca luchar contra el machismo, el racismo, el etnocentrismo. Alguien que trata de buscarse a sí mismo. Alguien que trata de superar sus miedos, o de conseguir sus objetivos. Ya se ha escrito todo. Alguien que está en un barco esperando hundirse. Alguien en un dilema frente a un cráneo humano. Alguien que trata de arrancar la carcajada del público en un café-teatro. Todo esto ya se ha escrito. Alguien que intenta ser igual que el resto. Alguien que intenta ser diferente. Alguien que intenta recuperar la creatividad que tenía antes. Alguien que se niega a estar dentro de los límites preestablecidos. Alguien que quiere ser original. Alguien que se da cuenta de que ni siquiera existe la verdadera originalidad.


Alguien que intenta escribir sobre lo difícil que es escribir.

Y, al fin y al cabo, supongo que alguien ya ha escrito algo sobre el tema.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

El otro día estrené cepillo de dientes

Ya lo dije en la anterior entrada del blog: no es fácil empezar de cero. Y ahora lo he podido comprobar. Gran parte del tiempo puede parecer que tu nueva vida es inmejorable y que no importa no conocer a nadie realmente. O saber que hay gente de tu vida a la que verás pronto, pero que en ese momento no puede estar físicamente ahí.

Pero llega un momento que algo insignificante te hace sentir mal, y entonces todo ese castillo de naipes que te habías construido se viene abajo. Puede ser algo tan nimio como que se termine el papel del vater y no puedas llamar a alguien de tu familia para pedir más, o algo más profundo. El caso es que en ese momento es cuando tu mundo se te viene encima. Sabías que tu vida iba a cambiar, pero ahora eres conciente del cómo. No solo se trata de volver a tejer una nueva red social, sino de reorganizarte la vida. De llegar antes a casa para cocinar. De autoplanificar las limpiezas, las planchas o la compra. De no tener a alguien que conozcas que te pregunte por cómo te ha ido el día, o que qué has hecho, aunque no tengas ganas de contestar y a veces eso incluso te moleste. El síndrome del niño que al empezar el colegio farfulla "Quiero ir con mi mamá" vuelve en su forma adulta. Sólo que ahora se sabe que esto es cuestión de tiempo.

También eres consciente de que todo dará la vuelta. De que dejarás a un lado ese síndrome, pero que tambien las cosas que te gustaban de vivir así dejarán de parecer tan geniales.

Odiarás la pasta y querrás volver a comer lentejas

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Hoy, estreno cepillo de dientes

No es fácil empezar de cero. No es sencillo pensar que aquello que hasta ese momento era tu vida pase a ser llamado “recuerdo” para ser remplazado por otra totalmente diferente. Para ser precisos, ni siquiera empiezas de cero, porque sigue habiendo un elemento en la nueva vida que, en el fondo, permanece prácticamente invariable: uno mismo. Cambia la ubicación, cambia el contexto, cambia casi todo, pero tienes la oportunidad de una nueva vida, de que nadie sepa los errores o defectos de tu pasado, sin que nadie tenga prejuicios contra ti.

Ahora mismo, yo me estoy dirigiendo hacia esa nueva vida. No se como será, si me sentiré más feliz o más desgraciado que en el pasado, pero lo que sí sé es que será diferente. Y que incluso el elemento invariable acabará cambiando, aprendiendo de la nueva situación, para hacer uso del principio del ser humano que nos hace adaptarnos al medio.

Hoy estreno casa, estreno colchón, estreno una vida. Y estreno un cepillo de dientes.

miércoles, 25 de agosto de 2010

IV. El perdón.

El gran error del ser humano es que no suele pedir disculpas por haber obrado mal, sino por haber sido descubierto

III.De prejuicios hacia el chico del bus

Sí, estoy esperando un autobús, y no, no tengo más de 60 años. Y no hace falta que me mires de reojo, que me doy cuenta de que lo estás haciendo. Mírame a la cara y dime: "Efectivamente, soy mejor que tú; ahora mismo voy a por mi coche, que lo tengo aparcado a una calle de aquí. No me hace falta esperar a un autobús durante media hora. Eso suponiendo que lo estés esperando, y no estar sentado en el bordillo hasta que nadie te mire para liarte un porro o un graffiti en la parada, que por algo eres joven".

Parece que últimamente la gente te mira con malos ojos sólo porque estás en la misma franja de edad que los chicos que salen en el telediario robando bolsos mediante la técnica del tirón. ¿U os creéis que no me doy cuenta que cuando voy andando rápido por la calle no me doy cuenta de que al acercarme sujetáis el bolso con recelo, de que miráis con mala cara dispuestos a correr si hago cualquier movimiento inesperado? Vivimos en unos años en que todo el mundo desconfía de cualquiera en base a unos prejuicios. Antes ocurrían los mismos delitos que ahora, es un hecho estadístico, sólo que en la actualidad la gente lo sabe gracias a la televisión y demás. ¿Quiere decir eso que si vemos a un rumano por la calle vaya a robar una casa? ¿Que si vemos a un hombre con barba sea un violador?¿Que si alguien sonríe a un niño quiera secuestrarlo?¿Tanto cuesta pensar que tal vez el rumano vaya a recoger a su hija al colegio?¿Que el hombre con barba la lleve porque le gusta como le queda?¿O que aquel post-adolescente de la parada del autobús tal vez... esté esperando el autobús? A causa de la ignorancia, hemos aparecido de pronto en una sociedad desconfiada.

Y no quiero consultar el reloj cuando se acerca alguien para dar la impresión de que he quedado. O trastear con el móvil para no parecer que no hago nada. Creo que la reacción más adecuada ante los ignorantes es... ignorarles

martes, 24 de agosto de 2010

II.El odio a uno mismo. O como el alcohol no sólo desinhibe; además, te vuelve idiota.

Si pudiera concentrar todo el odio que hay en la humanidad en un solo metro al cuadrado posiblemente lo haría sobre mi mismo.
Tambaleándome, con los efectos del alcohol presentes en mi, intenté encontrar las llaves de mi casa entre mis bolsillos. Sé que quedaba mucha distancia hasta llegar a mi casa, pero tenía la certeza de que buscar las llaves mientras andaba me llevaría mucho tiempo. Además, estaba borracho, y no se pueden pedir explicaciones racionales a alguien en ese estado. Hacía demasiadas copas que había perdido el derecho a pensar. No sólo había perdido de vista a mis amigos y me tocaría volver sólo a mi casa haciendo eses, sino que además no podía haber estropeado más las cosas con ella. <Genial, amigos, vuestra idea de emborracharla para ligar con ella>pensé. Resultó que tenía más aguante que yo, y pronto dejé de tener noción de lo que yo bebía. Lo único que sabía con certeza es que no bebía con ella. Mientras intentaba andar, ponía en orden mis ideas, y fui descubriendo recuerdos sueltos. No es que tuviera lagunas en las memorias de aquella noche, es que tenía algo de tierra entre las lagunas. Sentí una arcada, pero no era suficiente para vomitar. Tuve que agarrarme a una farola para descansar. Y volví a sentirme idiota.

lunes, 23 de agosto de 2010

I. El hombre de cristal

Bienvenidos al blog del Hombre de Cristal. El lugar donde daré rienda suelta a mi imaginación, mediante una serie de relatos, aforismos y demás. El por qué del nombre del blog lo podéis encontrar en el siguiente relato, El Hombre de Cristal. Lo escribí hace ya tiempo, y hay cosas en él que me han dejado de gustar, pero me niego a cambiarlas. Al fin y al cabo, la idea que da nombre a esta web sigue ahí: todos somos hombres de cristal, pero dejamos de serlo en contadas ocasiones. Hombres -y mujeres- que somos parte del montón, tal vez diferentes al resto, pero parte del colectivo que forma el mundo. No soy el primero en escribir algo sobre este tema, ni seré el último. Es también el Mister Cellophane de un tema de Chicago, y muchos más Y, sin más dilación, comienza la historia del Hombre de Cristal.

 
Todo el mundo se ha sentido alguna vez, de alguna manera, como si fuera invisible, como si el resto de las personas se hubieran puesto de acuerdo para hacer como si no existieras y te empiezas a dar cuenta de que, por mucho que grites e intentes llamar la atención de los demás, no va a servir de nada, pero estás tranquilo, asegurándote a ti mismo que esta sensación pronto acabará. Pues bien, el protagonista de nuestra historia había nacido con lo que muchos considerarían un don, pero que en realidad, y él puede dar fe de ello, no es más que el más terrible de los pesares: pasaba inadvertido.
Tal vez fuera simplemente porque Fortuna le había hecho nacer así, o porque tenía una altura media, el peso y la complexión media, la típica cara, los ojos y el pelo de color castaño, porque no podía ser considerado ni repulsivo ni agraciado, pero el hecho indudable es que se sentía plenamente desgraciado.

Jamás se le había conocido pareja, amigos o mascotas que le hicieran compañía, porque nadie se había percatado jamás de su presencia. Era incapaz de recordar su pasado, porque ningún hecho significativo había acaecido en su niñez ni en su juventud como para que lo recordara, ya que lo único que el ser humano es capaz de recordar es lo que es distinto a la rutina, y el vivir en soledad te condena a una rutina sin fin.

Aún sin haberlo conocido, anhelaba el contacto humano, más que nada en el mundo. Hay quien cree que no se puede echar de menos algo que nunca se ha tenido, y es cierto, pero él tenía la certeza de que pudiendo relacionarse con otro, aunque fuese con una sola persona, nada más, experimentaría la misma sensación que solía localizar en las sonrisa de la gente que paseaba por su lado sin reparar en su existencia.

Un día, ni siquiera él mismo sabe muy bien por qué, despertó con el pensamiento de que no podía ser la única persona ignorada por el resto. A lo mejor había algún otro como él. O mejor aún, tal vez hubiera muchos como él, quizá miles, o millones, incluso podría ser que hubiera más Hombres de Cristal (como él mismo se autodenominaba) que personas visibles, sólo que eran incapaces de encontrarse debido a su maldición de pasar inadvertidos. Era posible, incluso, que los raros no fueran los Hombres de Cristal, si no los demás, si era verdad que representaban una minoría. Aquella noche durmió feliz: la simple sensación de que existiera la posibilidad de que hubiera otros muchos como él lo reconfortaba. Afortunadamente, no llegó a saber que los Hombres de Cristal eran casi tan poco numerosos como creía en un principio. La naturaleza dotó al ser humano de dos piernas, dos brazos, dos ojos y dos orejas y dos pulmones y había dividido el cerebro en dos hemisferios, y con los Hombres de Cristal no iba a ser menos. Tan sólo existía otro individuo de su especie –“individua”, más bien, si el término existiera-, una Mujer de Cristal.

A la mañana siguiente, el Hombre de Cristal se levantó y salió a la calle con el objetivo de encontrar indicios que demostraran la existencia de los de su especie. Pasó todo el día buscando en el tipo de sitios que él frecuentaba, con un pensamiento presente: <<Tal vez si nadie me ha podido ver nunca es porque nadie se ha molestado en buscarme. Por el mismo razonamiento, tal vez, si busco yo a los que son como yo tengo alguna posibilidad de encontrarlos. Tal vez>> Tal vez tuviera razón, ciertamente, pero no tuvo suerte en su búsqueda a lo largo del día. Resignado, decidió volver a su casa, pero no era tan sencillo: todo un día de búsqueda por la ciudad lo había alejado demasiado de su casa, tanto que no tenía ni la más mínima idea de cómo volver. Para un hombre normal que vive sólo éste puede parecer un problema sin demasiada importancia, pero para un hombre acostumbrado a la rutina, como lo era el Hombre de Cristal, era algo demasiado preocupante. Avanzó unas cuantas calles siguiendo un rumbo incierto, y entonces pasó. Quizá no fuera más que fruto del miedo, pero durante catorce segundos tuvo la sensación de que era visible para el resto. Todos se daban cuenta de que estaba allí. Pero no le dio importancia. Resulta que en esos mismos catorce segundos no fue el único en ser visible, sino que la misma fortuna que lo había creado a él, el Hombre de Cristal, y que había creado igualmente a la Mujer de Cristal, también había querido que coincidieran en el mismo lugar justo en los únicos catorce segundos que habían existido realmente. Ella estaba tan confusa, sorprendida y maravillada como él. No tenían ningún motivo para darse cuenta de que eran iguales, pero aún así lo sabían. El Hombre de Cristal sintió un lazo de unión entre ambos, un nexo invisible que los unía, y que durante los primeros diez segundos le impidió hacer nada más que contemplar como la Mujer de Cristal le contemplaba a él. Ahora, el Hombre de Cristal se sintió capaz de sonreír, de saltar, de gritar que había encontrado a quién de verdad buscaba. Y, mientras miraba como los ojos grises de ella se enfrascaban mirando los ojos grises de él, mientras él sentía que delante de él no había más que un rostro corriente con un cuerpo corriente, a los que amaría fuera de lo normal, ella empezó a correr en dirección contraria a donde estaba él. Tan sólo un segundo pasó antes de que él corriera detrás de ella, que trató de escabullirse entre una multitud que entorpecía su carrera <<¿Por qué corre?¿Por qué huye de mi?>> se preguntaba <<No importa, ahora que soy visible tengo toda una vida para encontrarla>>. Pero siguió corriendo detrás de donde, suponía, estaría la Mujer de Cristal. Tres segundos después, volvía a ser invisible, y ella también. La misma magia que le había permitido verla por primera vez había decidido privarles de una vida juntos. Y cómo había vuelto a ser imperceptible por los demás, fue arrollado por la masa de gente. Despertó al día siguiente en la calle, sólo y magullado, y consiguió volver a su casa.

Y volvió a ser un Hombre de Cristal, un ser de color gris, invisible para los demás sólo porque no destacaba ni por ser blanco ni por ser negro, ni por alto ni por bajo. Pasó 14 días, uno por cada segundo que la había visto, volviendo al sitio donde la había encontrado, haciendo lo mismo que había hecho, con la esperanza de volver a verla. Pero no consiguió nada. Él sabía que, tal vez, ella estuviera en el mismo lugar que él o al lado, buscándolo como él la buscaba a ella. Añorándolo como él la añoraba a ella. O tal vez no.

Durante los siguientes catorce días, a los veintiocho de haberla visto, se dedicó a sumirse en la más profunda depresión, que hacía que el Hombre de Cristal se hiciera aún más transparente.

Un mes después de haberla conocido, no pudo más. Salió corriendo de su casa y se dirigió a la azotea del edificio de enfrente, que era mucho más alto que el suyo. Sin pensarlo, se tiró al vacío para morir aplastado contra el suelo. Entonces, dejó de ser el Hombre de Cristal. La gente pudo ver su cadáver desangrándose, y todos los medios hablaron del hombre indocumentado que había perecido en la acera tras lanzarse desde una azotea, y por el que nadie había respondido.

Tal vez, decía la gente, se suicidó porque se sentía sólo.

Curiosamente, ese mismo día, a esa misma hora, una mujer sin documentación y sin familiares ni amigos conocidos, había sido encontrada muerta en la acera, al otro lado de la ciudad, posiblemente por un suicidio.

Tal vez fuera ella.

O tal vez no.